EB41 Carta VII de Seneca sobre las Multitudes

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Saludos Lucilio Ante tu pregunta ¿Qué debo evitar especialmente? Mi respuesta es: la multitud. Ya que no puedes encomendarte a esta con seguridad. Debo admitir mi propia debilidad; ya que cuando salgo de casa siempre vuelvo cambiado. Defectos que conseguí corregir en mi, regresan de nuevo. Igual que el enfermo que ha estado convaleciente durante un largo tiempo no puede salir de casa sin sufrir una recaída. A nosotros nos sucede lo mismo, porque nuestras almas se están recuperando de una larga enfermedad. Mezclarse con la multitud es dañino: el menos pensado nos puede tentar, mostrándonos un vicio como algo atractivo o deseable. Y así contagiarnos sin que nos demos cuenta. Cuanto mayor sea la masa en la que nos mezclemos, más riesgo corremos. Pero nada es peor para nuestro carácter que la costumbre ir al espectáculo de los juegos⁠1 en el Circo. La tentación del vicio nos asalta sutilmente mientras transitamos la avenida del placer. ¿Comprendes a que me refiero? Quiero decir que cuando regreso a casa soy más avaro, ambicioso y lujurioso. Y lo que es peor: vuelvo aún más cruel e inhumano, y todo porqué he estado entre seres humanos. El azar hizo atendiera espectáculo de mediodía. Esperaba encontrarme con teatro, comedia y otras distracciones para permitir un respiro de tanta sangre y violencia. Pero me encontré todo lo contrario: cualquiera de los combates precedentes era compasivo en comparación. Una vez dejadas de lado las bufonadas, tenían lugar meros homicidios. Los hombres luchaban sin protecciones, sus cuerpos expuestos por completo a los golpes certeros. La mayoría prefiere este tipo combates a los enfrentamientos ordinarios o peleas entre campeones. Pues claro que lo prefieren:luchan sin cascos ni escudos para bloquear las armas. ¿Para qué hace falta armadura, técnica o habilidad? Tales artificios no hacen sino retrasar el sufrimiento y la muerte. Por la mañana, los condenados son arrojados a los leones y osos, al mediodía son expuestos a la voluntad de los espectadores que les ordenan luchar entre ellos con acero y fuego. Y la lucha continua hasta que no queda nadie vivo en la arena. Y tu puedes objetar. «¡Pero este hombre era un ladrón, un asesino!» ¿Sí, de acuerdo? El es un asesino y merece tal castigo. ¿Pero qué crimen has cometido tú para que mereces presenciar tal atrocidad? «¡Mata, fustiga, quema!” gritaban en la grada. ¿Pero es que no comprenden que el mal ejemplo afecta al observador? Por los dioses, no ven a quien están educando en crueldad. Hay que proteger a los jóvenes de la multitud, pues su voluntad es fácil de apartar del camino recto. Si hasta Sócrates,Catóny Lelio hubieran visto sacudida su fuerza moral por la multitud que tan poco se les parecía; ninguno de nosotros, que aún estamos forjando nuestro carácter, puede resistirla influenciadel gentío. Un sólo caso de indulgencia, lujuria y avaricia nos daña de forma sutil e imperceptible. Como el vecino rico que incita la codicia, esa compañía que con un roce inocente te deja la marca de su corrosión. ¿Qué crees qué sucede cuando las buenas costumbres sufren el asalto de la multitud? Ahora crees que debes elegir entre imitar o bien odiar al resto del mundo. Pero ambas cosas deben evitarse.No imites los que se comportan mal porque son muchos. Tampoco quieras ser su enemigo porque no son o piensan como tu.Céntrateen ti mismo tanto como puedas. Asóciate con aquellos que te puedan ayudar a mejorar. Y admite aquellos que tú puedas ayudar a su vez. Porqué mientras enseñamos aprendemos. No dejes que la vanidad y el orgullo te empujen a exhibirte ante el publicopara declamar o argumentar. Si tuvieras el mensaje adecuado para tal audiencia, te animaría a que lo hicieras; pero nadie hay que pueda comprenderte. Quizás uno o dos individuos se te acercarán, pero incluso estos te necesitara