Catequesis sobre San José, un hombre que fue fiel y cumplió.
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San José, un santo en serio. San José, un hombre justo y un hombre de Dios. Basta un vistazo veloz a tres escenas del Evangelio de san Mateo para darse cuenta de la talla de hombre que era san José. Pudiera ser que, para muchos, san José no sea más que una estatuilla bonita, sencilla, humilde, inofensiva, en el clásico nacimiento navideño en que el protagonismo en la gruta de Belén lo toman la Santísima Virgen y el Niño Jesús en el pesebre. San José sería más bien un anciano venerable, discreto y apacible, respetuoso de un evento que no le pertenece del todo. Sin embargo, adentrándonos sólo un poco detrás de las líneas del Evangelio, comienza a brillar con luz propia la santidad de ese hombre tan poco vistoso y espectacular. “Resolvió abandonarla en secreto” (Mt 1,19). “Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños”. (Mt 1,20). “Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa” (Mt 1, 24). Hay que decir que José de Nazaret era un hombre verdaderamente normal. Tenía su trabajo, sus ingresos, su casita, su buen nombre, planes y buenos propósitos en la vida. Según la Biblia era, incluso, un “hombre justo”. Uno de los rumbos que su vida estaba tomando era el de comenzar a establecer una familia. Para ello, estaba ya desposado con una joven de Nazaret. De un día para otro, recibe una noticia y parece que la vida le hace una mala jugada. La joven está embarazada. ¿Qué hacer? Decide no repudiarla, sino sólo dejarla. En sí, la situación le resultaría dolorosa, muy contrastante a la vida que con tanta honestidad y cuidado se había ido forjando. Sin embargo, antes de poder actuar, recibe un mensaje del Cielo. No ha de hacer lo que tiene resuelto. Ha de acoger a la joven en su casa y ha de ofrecer a ella y a su hijo un hogar. No ha de hacer preguntas: es cosa de Dios, es una orden que viene de lo alto. Dios está invitándoles para una misión que sólo él puede cumplir. Y José cumple. No sabemos más. No sabemos si tardó en responder, si la petición le causó una honda conmoción o si en algún momento se planteó el no obedecer. Sabemos sólo que su misión era ésa, y que no se echó para atrás. Admirable condescendencia de un hombre sencillo, perdido en un pueblo de las montañas de Galilea. “Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise” (Mt 2,13). “José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto” (Mt 2,14). Y José cumple. ¿Cuánto tiempo estuvieron ahí? ¿Cómo hicieron para sobrevivir ahí? ¿Dónde residieron? ¿A qué se dedicaron? ¿Cuánto sufrieron? ¿Cuántos peligros afrontaron en el viaje? Nada sabemos. Sabemos sólo que José cumplió. Dios le pidió algo muy concreto desde el Cielo, algo costoso, y José no se echó para atrás. Ejemplar docilidad de un hombre desconocido que no quería ser un obstáculo para el plan de Dios. “Levántate, toma al niño y a su madre, y regresa a la tierra de Israel” (Mt 2,20). “José se levantó, tomó al niño y a su madre, y entró en la tierra de Israel” (Mt 2,21). Y José no lo defraudó. José fue fiel. José cumplió su misión. --- Support this podcast: https://podcasters.spotify.com/pod/show/solocatecumenos/support