6a Catequesis Salmos Penitenciales Salmo 130 (129)

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Catequesis del Papa Benedicto XVI: Salmo 129 El «De profundis», llamado así por la manera en que comienza en su versión latina. Junto al «Miserere», se ha convertido en uno de los salmos penitenciales preferidos de la devoción popular. Más allá de su aplicación fúnebre, el texto es ante todo un canto a la misericordia divina y a la reconciliación entre el pecador y el Señor, un Dios justo, pero que siempre está dispuesto a manifestarse como «misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad. Mantiene su amor por millares y perdona la iniquidad, la rebeldía y el pecado» (Éxodo 34, 6-7). Precisamente por este motivo, nuestro Salmo forma parte de la liturgia vespertina de Navidad y de toda la octava de Navidad, así como del IV domingo de Pascua y de la solemnidad de la Anunciación del Señor. El Salmo 129 se abre con una voz que surge de las profundidades del mal y de la culpa (Cf. versículos 1-2). El yo del orante se dirige al Señor diciendo: «a ti grito, Señor». El Salmo se desarrolla después en tres momentos dedicados al tema del pecado y del perdón. Se dirige ante todo a Dios, tuteándole: «Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón, y así infundes respeto» (versículos 3-4). Es significativo el hecho de que lo que genera el respeto, actitud de temor mezclada de amor, no es el castigo, sino el perdón. Más que la cólera de Dios, debe provocar en nosotros un santo temor su magnanimidad generosa y desarmante. Dios, de hecho, no es un soberano inexorable que condena al culpable, sino un padre amoroso, a quien no tenemos que amar por el miedo de un castigo, sino por su bondad dispuesta a perdonar. En el centro del segundo momento está el «yo» del orante que ya no se dirige al Señor, sino que habla de Él: «Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor, más que el centinela la aurora» (versículos 5-6). Florecen en el corazón del salmista arrepentido la espera, la esperanza, la certeza de que Dios pronunciará una palabra liberadora y cancelará el pecado. La tercera y última etapa en la evolución del Salmo abarca a todo Israel, el pueblo con frecuencia pecador y consciente de la necesidad e la gracia salvífica de Dios: «Aguarde Israel al Señor, como el centinela la aurora; porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa; y él redimirá a Israel de todos sus delitos» (versículos 7-8). La salvación personal, antes implorada por el orante, se extiende ahora a toda la comunidad. La fe del salmista se injerta en la fe histórica del pueblo de la alianza, «redimido» por el Señor no sólo de las angustias de la opresión de Egipto, sino también «de todos sus delitos». Desde lo hondo tenebroso del pecado, la súplica del «De profundis» se eleva hasta el horizonte de Dios, en el que domina «la misericordia y la redención», dos grandes características del Dios del amor. Encomendémonos ahora a la meditación que de este Salmo ha hecho la tradición cristiana. Escojamos la palabra de san Ambrosio: en sus escritos, él recuerda con frecuencia los motivos que llevan a invocar de Dios el perdón. «Tenemos un Señor bueno que quiere perdonar a todos», recuerda en el tratado sobre «La penitencia» y añade: «Si quieres ser justificado, confiesa tu yerro: una confesión humilde de los pecados deshace el enredo de las culpas… Y ves cómo la esperanza del perdón te mueve a confesar» (2,6,40-41: SAEMO, XVII, Milano-Roma 1982, p. 253). --- Support this podcast: https://podcasters.spotify.com/pod/show/solocatecumenos/support