Un corazón agradecido
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06/10/2023 – Junto al padre Sebastián García, sacerdote de la Congregación del Sagrado del Corazón de Jesús de Betharran reflexionamos en torno al evangelio del día: Jesús dijo:¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros realizados entre ustedes, hace tiempo que se habrían convertido, poniéndose cilicio y sentándose sobre ceniza. Por eso Tiro y Sidón, en el día del Juicio, serán tratadas menos rigurosamente que ustedes.Y tú, Cafarnaún, ¿acaso crees que serás elevada hasta el cielo? No, serás precipitada hasta el infierno.El que los escucha a ustedes, me escucha a mí; el que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí; y el que me rechaza, rechaza a aquel que me envió. San Lucas 10, 13-16 Inmediatamente después de las indicaciones a los setenta y dos discípulos, tiene lugar en el evangelio de Lucas esta especie de recriminación profética por parte de Jesús. Casi que el espíritu del texto nos traslada al Primer Testamento, a los siglos VII y VI aC como escenario de queja de los profetas frente al descreimiento y la falta de fe del Pueblo de Dios. Jesús ciertamente se lamenta por esas ciudades comparándolas con otras, a tal punto de creer que si en ellas se hubieran realizado los signos y portentos, verdaderos milagros, se hubiesen convertido. Pero ciertamente que no. No se hicieron. De haberse hecho, hubieron dado mucho fruto. Quizás esto lo podamos aplicar a nuestra vida, a nuestra oración y a nuestro modo de relacionarnos con Dios. Si somos capaces de mirar nuestra vida y en ella todo lo que Dios ha hecho, quizás descubramos que han sido verdaderos milagros. A tal punto de poder pensar que si se hubiesen realizado en otro corazón, en otra vida y en otra historia, esa otra persona se hubiese convertido, es decir, hubiese aprovechado mucho más el don de Dios, le hubiese sacado mucho más jugo, lo habría hecho trabajar como verdadero talento y así hubiese dado no ya el cien sino el mil por ciento. Es que muchas veces andamos enroscados por la vida, haciéndonos muchos problemas, o preocupándonos por cosas que no lo valen o, a manera de tentación, nos sacan tiempo importante, nos cansan en demasía y por último, bien al final, nos secan el alma y nos entristecen el corazón. A tal punto que somos capaces de ver y descubrir que si lo bueno que Dios ha sido con nosotros, los misericordioso que ha sido y la santidad que ha obrado en nosotros lo hubiera hecho en otra persona, si hubiese tocado otro corazón, esa persona, esa historia de vida, es corazón hubiesen sabido aprovechar al máximo ese don de parte de Dios y hubiesen dado pasos certeros y no ya errantes en orden a la plenitud de la vida y la santidad del alma. Otros sí. Nosotros no. ¿Por qué? Porque al no saber mirar, no fijar la mirada en lo importante. no discernir lo suficiente, no poner el corazón en aquello que verdaderamente vale la pena, se nos amarga la vida. Quedamos con el alma baldía y el corazón triste. No sabemos disfrutar. No podemos reconocer el paso amoroso de Dios por nuestra vida. Nos quedamos empantanados en un lamento permanente y en la permanente queja del alma. No es que vemos el vaso medio vacío o medio lleno. Ni siquiera vemos el vaso. La no capacidad de ver el tiempo propicio en que fuimos visitados por Dios nos pierde en el sinsentido de nuestro drama existencial y nos deja medio muertos al costado del camino. ¡Necesitamos refrescar la mirada! Nuestro caminar no puede ser un caminar en permanente desgracia, falso dolorismo y entristecimiento ilícito. ¡Nada de eso! ¡Somos el Pueblo de la Pascua! Por eso una de las principales actitudes que tenemos que cultivar, cuidar,