Transfigurados en Cristo

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06/08/2024 – Hoy celebramos la fiesta de la Transfiguración del Señor. En Marcos 9, 2-10, Jesús se muestra resplandeciente ante Pedro, Santiago y Juan en la montaña, acompañado por Elías y Moisés. Esta manifestación anticipa su resurrección, revelando la presencia del Padre y del Espíritu en Él. Seis días después, Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor. Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: “Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo”. De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos. Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos cumplieron esta orden, pero se preguntaban qué significaría “resucitar de entre los muertos”. Marcos 9,2-10 Lo que no se transfigura en Jesús se desfigura Balthasar, gran teólogo del siglo pasado, decía que “La transfiguración no es un anticipo de la Resurrección, en la que el Cuerpo de Jesús se verá transformado en dirección a Dios, sino, al contrario, la presencia del Dios Trinitario y de la historia de salvación entera en su Cuerpo predestinado a la Cruz”. ¿Qué quiere decir? Que lo que Jesús muestra por unos instantes a los ojos de sus discípulos amigos que es lo que acontece en su interior. En la opacidad, en la sencillez; en lo oculto de la carne de Cristo está su luminosidad. La transfiguración es presencia de vida con la que Dios sale a nuestro encuentro glorificándonos en su propia carne. Jesús metido en la vida cotidiana de la humanidad, anónimo en la opacidad de su cuerpo –como uno de tantos-, deja que se trasluzca el secreto del cielo interior en el que vive. Este vínculo de amor de intimidad con el Padre, de golpe se manifiesta en una montaña en la mañana y queda al descubierto la gloria en que el Señor vive y que en lo cotidiano está oculto. Lo mismo pasa en nuestras vidas: hay momentos de gran revelación interior donde vemos con claridad. El tránsito tantas veces a oscuras, en lo rutinario, hace que nuestra existencia no muestre todo el esplendor al que está llamado a resplandecer. En cambio hay momentos reveladores de la vida en los que uno dice “éste es el camino”, “este es el momento”, “este es el hacia dónde”. Hay momentos en la vida personal o comunitaria que son reveladores. A veces nos damos cuenta en ese mismo momento y otras veces hay que dejar pasar el tiempo y mirando hacia atrás descubrimos lo revelador de ese momento En el Cuerpo de Jesús habita la historia de Salvación entera. Puede leerse en su Carne todo lo que aconteció desde Abraham hasta los Profetas, pasando por Moisés y David, por eso la Transfiguración nuclea a los dos grandes del antigua testamento, Moisés y Elías. En su Cuerpo se reeditan los hechos salvíficos: su Carne es la Tierra prometida a Abraham; su Cuerpo es la Escalera que soñó Jacob: “una escalera apoyada en tierra, cuya cima tocaba los cielos, y he aquí que los ángeles de Dios subían y bajaban por ella”; su Cuerpo es el Maná, el Pan del Cielo y la Medicina de Moisés que cura las mordeduras de serpiente; el borde de su manto es más poderoso que la mitad del manto que Eliseo consiguió desgarrar de Elías cuando le fue arrebatado al Cielo; su saliva y el barro que hace con sus manos crean ojos nue...