Día 6: Rey temporal, Rey eternal

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26/02/2024 – Este ejercicio (que es, en realidad, una contemplación al estilo de las que se harán a continuación, durante la Segunda y siguientes semanas) cierra la Primera semana (para aquellos que van a seguir hasta la elección o reforma de vida y no para los que sólo hacen Ejercicios “leves” o de Primera semana, EE 18). Abre camino –como lo dice el mismo título (EE 91)- a los que van “a contemplar la vida del Rey eternal –o sea, Cristo nuestro Señor- “desde su encarnación hasta su muerte, resurrección y ascensión. La contemplación se presenta como un “llamamiento”, sea del Rey temporal, sea del Rey eternal. Sólo indirectamente versa sobre la persona que –tratándose del Rey eternal- se la supone conocida desde el Principio y fundamento, cuando se vio que era el centro del plan de salvación del Padre eterno, en el Espíritu Santo; y durante toda la Primera semana, cuando vio “cómo de Creador es venido a hacerse hombre, y así morir por mis pecados” (EE 53). En este sentido, esta contemplación es una repetición de la primera parte del Principio y fundamento, cuando se vio el fin de la creación de “el hombre y de las cosas sobre la haz de la tierra”; fin que era el “alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor” (EE 23), o sea, a “Jesús, el Cristo, el Señor” (Flp 2, 11, con notas de BJ). En otros términos, si “el hombre es para Dios nuestro Señor –o sea, el Hijo encarnado, muerto y resucitado por nosotros-“, como vimos en el Principio y fundamento, es obvio que, respondiendo a esta orientación impresa por Dios Padre, en el Espíritu Santo, en todo hombre, se contempla ahora “a Cristo nuestro Señor, Rey eterno, y delante de él todo el universo mundo, al cual y a cada uno llama y dice: mi voluntad es de conquistar todo el mundo; por tanto, quien quisiere venir conmigo”, que oiga mi llamado y me siga. Lo más original de este ejercicio ignaciano es la doble consideración de “un rey humano, elegido de la mano de Dios nuestro Señor” (EE 92) y de “Cristo nuestro Señor, rey eterno” (EE 95, primer punto). Consiguientemente, la doble respuesta posible a este Rey eternal, una de las cuales es la de “todos los que tuvieren juicio y razón”, y la otra la de “los que más querrán afectar y señalar en todo servicio a su Rey eterno y Señor universal” (EE 96-97). Por eso creemos que, si queremos hacer los Ejercicios guiados por san Ignacio, no se puede prescindir de la primera parte de esta contemplación, en la que se considera “un rey humano, elegido de mano de Dios nuestro Señor” (EE 92-94). Se nos podría decir que, en nuestros tiempos democráticos, no nos dice nada la figura de “un rey humano”, acostumbrados –como estamos- a hablar de un presidente o de un primer ministro en nuestros actuales gobiernos. Sin embargo –aunque con sus matices democráticos-, hay todavía reyes- al menos en ciertos gobiernos- que valen más como símbolos que por su poder político y que –como la bandera o el escudo- representan simbólicamente la unidad de una nación. Además, el símbolo de un rey –como el de un pastor- es como una idea arquetípica, que todos llevamos dentro, y que la Iglesia tiene muy en cuanta en su vida de oración litúrgica y bíblica. Finalmente, en esta primera parte se trata de la contemplación, de pensar en lo que vivimos, sino de imaginar un gran rey –por lo demás, “elegido de mano de Dios nuestro Señor”– que tiene un gran plan –como dice Ignacio- “de conquistar toda la tierra de infieles” y que “habla a todos los suyos, diciéndoles que quien quisiere venir conmigo, ha de ser contento de comer como yo…; y asimismo ha de trabajar conmigo en el día y vigilar en la noche…”. Y de imaginarnos qué le responderíamos “a un rey tan liberal y tan humano; de modo que si...