Día 23: Aparición a Nuestra Señora

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Comenzamos el inicio de la cuarta semana en los ejercicios de San Ignacio. Ignacio”plantea a quien primero se apareció nuestro Señor resucitado es a Su madre, aunque no se diga en las escrituras.” 1-Comencemos por el descendimiento “al infierno” (como dice san Ignacio, porque nuestro Credo dice –con más exactitud- “a los infiernos”, en plural y no en singular). Quizá sea este artículo de la fe el más extraño a nuestra conciencia moderna: los pocos textos bíblicos que parecen hablar de esto (1 Ped 3, 19 s.; 4, 6; Ef 4, 9; Rom 10, 7; Mt 12, 40; Hech 2, 27. 31) son tan difíciles que, con razón, cada uno lo interpreta a su modo. El artículo de fe en el descendimiento a los infiernos nos recuerda que la revelación cristiana no sólo nos habla del Dios que dialoga, sino también del Dios que calla: Dios no es sólo la palabra comprensible; es también el motivo silencioso, inaccesible, incomprendido e incompresible que se nos escapa. Dios ha hablado, es Palabra. Pero con eso no hemos de olvidar la verdad del ocultamiento de Dios (por ejemplo, en la experiencia de la “sequedad” de la oración, de la que tanto nos habla santa Teresa en Vida, capítulo 11, nn. 10-16; capítulo 14, n. 10; capítulo 18; capítulo 22, n. 10, etc). Véase el significado del silencio en los escritos de Ignacio de Antioquia que, en su Carta a los efesios (19, 1), dice así: “Y quedó oculta al príncipe de este mundo la virginidad de María y el parto de ella, del mismo modo que la muerte del Señor: tres misterios sonoros que se cumplieron en el silencio de Dios”. Sabemos que la palabra “infierno” es la falsa traducción de sélo (en griego, hades) con la que los hebreos designaban al estado de ultratumba: imprecisamente nos lo imaginamos como una especie de existencia de sombras, más como no-ser que como ser. Sin embargo, la frase “descendió a los infiernos”, originalmente sólo significaba que Jesús entró en el shoel, es decir, que murió. Pero este no es un tema de la Cuarta semana sino de la Tercera, cuando contemplamos el dolor que Cristo experimentó por nuestros pecados, sino el siguiente que indica san Ignacio cuando nos dice que “descendió al infierno, de donde, sacando a las ánimas justas y viniendo al sepulcro resucitado, apareció a su bendita Madre en cuerpo y ánima” (EE 218, 299). Como decía una antigua homilía –atribuida a san Epifanio de Chipre- “sobre el santo y grandioso sábado” (segunda lectura del sábado santo en la liturgia de las horas): 2-“Un gran silencio se cierne hoy –sábado- sobre la tierra: un gran silencio y una gran soledad.Un gran silencio, porque el Rey está durmiendo; la tierra está temerosa y no se atreve a moverse, porque el Dios hecho hombre se ha dormido y ha despertado a los que dormían hace siglos. El Dios hecho hombre ha muerto, y ha puesto en movimiento a la región de los muertos. En primer lugar, va a buscar a nuestro primer padre, como a la oveja perdida. Quiere visitar a los que yacen sumergidos en las tinieblas y en las sombras de la muerte: Dios va a librar de los dolores de la muerte a Adán, que está cautivo, y a Eva, que está cautiva con él. El Señor hace su entrada donde están ellos, llevando en sus manos el arma victoriosa de la cruz.Al verlo, Adán, nuestro primer padre, golpeándose el pecho de estupor, exclama, dirigiéndose a todos los que lo rodean: ‘Mi Señor está con todos vosotros’. Y responde Cristo a Adán: ‘Y con tu espíritu’. Y, tomándolo de la mano, lo levanta, diciéndoles: ‘Despierta, tú que te duermes, y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo’. Yo soy tu Dios,