Día 13: Las dos banderas

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06/03/2024 – En el decimotercer día de los ejercicios ignacianos ingresamos en la etapa de la conformación de nuestra vida a la del Señor por el camino de la elección. Nos adentramos en el sentir de Cristo para aprender de él, conocer cuál es su voluntad. Pedimos interno conocimiento de nuestro Señor Jesucristo para más amarlo y en ese amor aprender a conocer su querer sobre nosotros. “Dos banderas”, la de Cristo y la de Lucifer. Esta es una ejercitación típicamente ignaciana: contemplamos dos perspectivas de vida, pedimos la gracia de conocer a fondo cuales son las estrategias del mal para sacarnos del camino. Nos detenemos a contemplar y discernir. 1- El tema de esta meditación –la lucha entre Cristo y Satanás en el interior de nuestro corazón para apoderarse, uno u otro, de él- tiene una permanente actualidad: penetra toda la revelación de la Escritura, desde el Génesis –con la tentación de Eva y Adán- hasta el Apocalipsis –con la lucha entre el Cordero y el Dragón (Apoc 12)-; vale decir, toda la realidad de la historia humana. Es el tema agustiniano de “las dos ciudades y dos reinos y dos reyes, Cristo y el diablo. Estas dos ciudades desean servir, la una al mundo y la otra a Cristo”. O, como dice en De Civiate Dei, libro XIV, capítulo 28 “dos amores han dado origen a dos ciudades: el amor de sí hasta el desprecio de Dios, la terrena; y el amor de Dios hasta el desprecio de sí, la celestial”. San Ignacio ha actualizado este tema, exponiendo dramáticamente la táctica respectiva de cada jefe, simbolizada en “las Dos banderas”: “la una de Cristo, sumo capitán y Señor nuestro; la otra Lucifer, mortal enemigo de nuestra humana naturaleza” (EE 136). 2- La presentación ignaciana de este tema sigue el esquema de las contemplaciones de la Segunda semana. Primero, “la historia: será aquí ver cómo Cristo llama y quiere a todos debajo de su bandera (y, en este sentido, esta contemplación es continuación y complementación de la contemplación anterior, del Rey eternal); y Lucifer, al contrario, debajo de la suya” (EE 137; cosa que, para nada, se tenía en cuenta en el Rey eternal). Luego, la “composición viendo el lugar”: la reminiscencia bíblica de Babilonia (“donde el caudillo de los enemigos es Lucifer”) sugiere una civilización materialista, opulenta y orgullosa, pero opresora del pueblo de Dios; es la imagen del “mundo”. Es ahí donde reside el jefe enemigo, repelente (“es figura horrible y espantosa”) y cruel. En el extremo opuesto, la reminiscencia bíblica de Jerusalén evoca la ciudad de paz, (“en lugar humilde, hermoso y gracioso”), humilde patria del pueblo de Dios aquí abajo. Es aquí donde reside Cristo nuestro Señor, que se presenta tal como es. Hay en este díptico de “la composición viendo el lugar” –y que luego se remite en la presentación de los dos personajes (EE 140-144) – reminiscencias de profundidades misteriosas, singularmente adecuadas al presente ejercicio. Como último preámbulo –anterior al tema-, la petición, que “será aquí pedir conocimiento de los engaños del mal caudillo y ayuda para de ellos guardarme; y conocimiento de la vida verdadera que enseña el sumo y verdadero capitán, y gracia para imitarle” (EE 139). En esta petición se nota que este ejercicio nos ofrece una transposición dramática de las reglas de discernir los espíritus, donde se trata –como dice su título (EE 313)- de “conocer las varias mociones que en el ánima se causan: las buenas para recibir y las malas para lanzar”. Ahora, en esta contemplación de “las Dos banderas” se pide “conocimiento de los engaños y ayuda par...