025 - Fausto - Johann Wolfgang Von Goethe Cap 25: Noche de Walpurgis
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Fausto - Johann Wolfgang Von Goethe Noche de Walpurgis Montañas del Harz. Comarca de Schirke y de Elend. Fausto y Mefistófeles. Mefistófeles ¿Bien un palo de escoba desearas? Tener quisiera el cabro más brioso, porque en llegar aún mucho tardaremos. Fausto Mientras me den mis piernas buen apoyo, este bastón grosero me es bastante. ¡De qué sirve el camino hacer más corto! Entrar al laberinto de los valles, luego a riscos subir, de do el arroyo se precipita en gotas de rocío, es lo que este sendero hace gustoso. Los abedules se animan y los pinos ya, de la primavera con el soplo; y ¿no habrá en nuestros miembros de sentirse? Mefistófeles De ello nada percibo y por lo pronto, mi cuerpo pide invierno; yo quisiera ver nieve y hielo en el camino todo. ¡Qué triste la tardía media luna se alza con su esplendor y visos rojos alumbrando tan mal, que a cada paso nos dan miedo, aquí un risco, acullá un tronco! Permíteme que llame un Fuego Fatuo, allí uno va brillando con gran gozo. ¡Eh!, mi amigo, ¿llegarte no podrías? ¿y hasta arriba alumbrarnos a nosotros, en vez de disipar tu luz en vano? El Fuego Fatuo Tal vez consiga, por respeto solo, hacer violencia a mi genial inquieto: ¡no andar nunca derecho es nuestro modo! Mefistófeles ¡A los hombres no imites! Por el Diablo anda derecho que si no, de un soplo, ¡tu vida apagaré! El Fuego Fatuo Que sois el jefe veo y vuestros mandatos reconozco. Mirad solo que el monte está embrujado y si os guía por entre el alboroto un Fuego Fatuo, no queráis pedirle exactitud y precisión en todo. Fausto, Mefistófeles y el Fuego Fatuo, cantando alternativamente. Ya nos parece que entramos, de ensalmo y sueño, en la esfera, que esas regiones veamos, inmensas, adonde vamos, Fuego Fatuo considera. Dejando atrás unos y otros, cómo raudos se retiran los troncos ante nosotros. Las quiebras, cómo se estiran; y las grandes, fieras bocas y narices de las rocas, cómo roncan y respiran. Por la grama y los pedrones, se abalanza el arroyuelo. ¿Suena el agua?, ¿son canciones?, ¿o son los himnos del cielo, de dulce, amorosa pena? De cuanto se ama y se afana, el eco siempre resuena como una historia lejana. Del búho y grajo, la queja, los oídos atosiga. ¿Es esa, salamanqueja? ¡Largas piernas, gran barriga! ¡Las raíces, cual culebras, suelo y peñascos cubriendo nos tienden extrañas hebras, espantarnos pretendiendo; de entre bolas animadas, como pólipos se extienden y el agarrarnos pretenden. Y ved en gruesas bandadas, las ratas de mil colores, por musgo y brezos, llegar. Y en apiñados fulgores las luciérnagas volar aumentando los terrores. Dime si aquí nos quedamos o si más lejos aún vamos. Ya todo girar parece en completa barabúnda y la confusión más crece, con tanta luz vagabunda que brilla, corre y fenece. Mefistófeles, a Fausto. ¡Ásete bien de mí! Ya hemos subido a un pico, do se mira con asombro cómo hierve Mammón dentro del monte. Fausto ¡Cuan raro se levanta, desde el fondo un opaco esplendor que el alba imita y alegra con su luz, del tenebroso abismo, las más hondas cavidades! Aquí y allá se elevan, en contorno, nieblas, vapores y un fulgor se mira entre ellos rebrillar; parece solo un hilillo primero, y luego, salta como fuente. Con miles de recodos. un gran espacio abarca por el valle y cuando llega a ese rincón remoto en un canal se junta de repente; allí las chispas, como arenas de oro que el viento desparrama, saltan. ¡Mira, ardiendo en llama están los montes todos! Mefistófeles ¿Con lujo, no ilumina su palacio, Mammón en esta fiesta? Bien dichoso eres en ver tal cosa. Mas ya empiezo a columbrar los juguetones coros. Fausto ¡Cómo en el aire la borrasca ruge! ¡Con qué furor, estréllase en mis hombros! Mefistófeles Pégate a las costillas del peñasco porque no caigas, del abismo, al fondo. Densas nieblas, la noche ya oscurecen, cruje el bosque y aléjanse medrosos los búhos. Los pilares de los siempre verdeantes palacios, saltan rotos.