200 aniversario de la 9ª sinfonía de Beethoven
¡Música, maestra! - Un pódcast de Margarita Lorenzo de Reizabal - Jueves

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Cuando la obra se estrenó, Beethoven ya se había quedado completamente sordo. Sucedió diez años después de la Octava, el 7 de mayo de 1824, en el Kärntnertortheater de Viena, junto con la obertura de Die Weihe des Hauses y las tres primeras partes de la Missa Solemnis. Según cuenta la historia, pese a ello, dirigió aquella Novena Sinfonía, valiéndose de sus dotes para la lectura de las partituras. Sin embargo, cuando la música llegó a su fin, incapaz de escuchar los aplausos del público, tuvo que ser alertado por los propios músicos de la orquesta para que se diera la vuelta. Esta fue su última aparición pública, y el momento en que nacía el mito: el hombre que cambió la historia de la música se había quedado sordo, y estando sordo, fue capaz de escribir lo que resultó una auténtica revolución musical. Lo presenció una sala llena de las clases altas vienesas y por supuesto de varios músicos y figuras claves en ese momento en la ciudad, como Franz Schubert, Carl Czerny y el canciller austriaco Klemens von Metternich. Hasta entonces, una sinfonía era puramente una obra musical concebida para orquesta constituida por cuatro movimientos con unas características propias cada uno de ellos. Se trataba de un género absolutamente instrumental, compuesto para sección de cuerdas, sección de metales y sección de maderas de viento. Además, es importante tener en cuenta que no debían superar los treinta minutos (y si se pasaban, que fuera por bien poco). De pronto, Ludwig van Beethoven desarrolla la Novena Sinfonía siguiendo la estructura convencional, pero para romperla desde sus propias entrañas: cuatro movimientos, pero estos movimientos son desarrollados de tal manera que extienden su duración hasta unos sesenta minutos aproximadamente. Era, claramente, una declaración de intenciones, un cambio tan brusco solo podía abrir paso a una nueva percepción fenoménica de la música y el espectáculo de esta. Así, más tarde sería presentada como "la obra central de la música clásica occidental, tanto por quienes la imaginan como el 'ne plus ultra' de la imaginación y el dominio sinfónico, técnico y compositivo