317. Cómo alcanzar la felicidad (Séneca)
Mi GYM en casa - Un pódcast de Sergio Catalán

Ha llegado al grado más alto aquel que sabe de qué debe regocijarse y no hace depender su felicidad de poder ajeno. En esta carta de Séneca, la número 23 en el libro Cartas de un Estoico y con el título original "En la filosofía existen verdaderos goces", anima a su amigo Lucilio a que no deje depender su felicidad en las cosas exteriores. Es algo parecido al Círculo de Influencia, lo que depende de nosotros y lo que no... ¿Será esta la clave de la felicidad? Vamos con la carta: No creas que voy a escribirte que el invierno ha sido corto y benigno, que la primavera es mala y nos trae frío fuera de tiempo, ni otras cosas inútiles de los que solamente buscan palabras. Algo te escribiré, en verdad, que pueda serte útil, y a mí también. ¿Y qué será esto si no animarte a la virtud? ¿Preguntas cuál es su fundamento? No te regocijes por cosas pequeñas. He dicho que este es su fundamento y es su colmo. Ha llegado al grado más alto aquel que sabe de qué debe regocijarse y no hace depender su felicidad de poder ajeno. En situación inquieta e incierta se encuentra aquel que se conmueve por la esperanza de algún bien, aunque su adquisición sea fácil y su éxito seguro. Aprende ante todo, querido Lucilio, de qué debes regocijarte. Tal vez creerás que voy a limitarte muchos goces por la sustracción que intento hacer de las cosas fortuitas y de todas las esperanzas de que nacen las satisfacciones más dulces de la vida; todo lo contrario; pretendo mantenerte en continua satisfacción. Más aún, quiero hacértela familiar y doméstica y así sucederá si la llevas dentro de ti mismo. Los demás goces no llenan el pecho, deteniéndose en la frente porque son ligeros, a no ser que creas que basta reír para gozar. Mas necesitaré para esto tener espíritu libre, firme y superior a todo. Créeme, el verdadero gozo es cosa severa. ¿Crees acaso que se puede, con rostro abierto y, como dicen los delicados, con ojo alegre despreciar la muerte, aceptar la pobreza, enfrenar la voluptuosidad y decidirse a soportar el dolor? El que revuelve estos pensamientos goza sin duda, pero su goce no es suave. Quiero ponerte en posesión de este gozo, que nunca te faltará cuando hayas encontrado su manantial. Los metales comunes están cerca de la superficie de la tierra; los preciosos solamente en lo hondo y aparecen a medida que se profundiza más. Las cosas que son agradables a la generalidad de los hombres solamente producen goce muy ligero y en ningún fundamento descansa el bien que viene de fuera; éste de que te hablo y al que quiero llevarte es sólido y se hace conocer principalmente en el interior. Te ruego, querido Lucilio, que hagas lo que puede producirte la felicidad; no te fijes en las apariencias exteriores ni en las promesas de otros, busca el verdadero bien y goza el tuyo. Pero, ¿qué significa el tuyo? Tú mismo y tu parte mejor; porque me confesarás que este cuerpecillo, aunque sin él nada puede hacerse, hay que considerarlo como más necesario que importante; nos proporciona placeres falsos, que duran poco, están sujetos al arrepentimiento y si no se les trata con moderación, frecuentemente llevan al extremo opuesto. Porque es cosa cierta que la voluptuosidad se precipita por pendiente natural al dolor si no te contienes, y es difícil contenerse en lo que se cree bueno. Solamente la codicia del verdadero bien es segura. ¿Me preguntarás en qué consiste y qué lo produce? Te contestaré que la buena conciencia, rectas intenciones, honestos consejos, acciones virtuosas,