246. La pobreza es un bien (Séneca)
Mi GYM en casa - Un pódcast de Sergio Catalán

Satisfacer el hambre cuesta poco, pero cuesta mucho satisfacer la inapetencia. En el episodio de hoy veremos una carta de Séneca. Visto desde el punto de vista contemporáneo, podíamos considerar a Séneca como amante del minimalismo y no hablo de calzado, aunque seguramente también iría con sandalias romanas, sino en cuanto bienes materiales y ansias de riqueza. Como ya vimos hace tiempo, Séneca se parecía bastante a nosotros. A pesar de vivir hace 2.000 años gozaba de las comodidades que sólo las clases altas de la sociedad romana podían permitirse. Nosotros, hoy en día en nuestra sociedad occidental, gozamos de unos privilegios mayores que el emperador de Roma. Pero creo, que lo interesante no es saber las pertenencias que tenía Séneca o tenemos nosotros, sino sacar algo que nos sirva de sus enseñanzas. Ahí encuentro el verdadero valor. Así que vamos allá con esta carta, cuyo título original es DEBE ABRAZARSE SIN DILACIÓN LA FILOSOFÍA. LA POBREZA ES UN BIEN: Prescinde de todas las cosas si eres sabio y principalmente para que lo seas más. Emprende a la carrera y con todas tus fuerzas el camino de la virtud. Si algo te coarta, arrójalo o rómpelo. -«Me detienen, dirás, los cuidados domésticos y quiero ordenarlos de tal suerte que pueda vivir sin hacer nada, a fin de que la pobreza no sea carga para mí ni yo para nadie. » -Cuando así hablas, me parece que no comprendes bastante la fuerza y extensión del bien que pretendes: conoces sin duda lo principal del asunto, cuán útil es la filosofía; pero aún no penetras en el detalle y no consideras cuántos socorros obtenemos de ella en todas las ocasiones y de qué manera (usando las palabras de Cicerón) «nos asiste en los grandes trabajos y cuánto también en los pequeños.» Créeme, consúltala: ella te dirá que no te ocupes en contar tus bienes, porque con esto solo pretendes evitar la pobreza. ¿Mas para qué, si debemos desearla? A muchos que querían dedicarse a la filosofía se lo han impedido las riquezas: la pobreza, por el contrario, siempre es libre y tranquila. Cuando suena el clarín, sabe que no es por ella; si oye alarma, mira por dónde saldrá y no lo que llevará consigo. Si tiene que navegar, no hace ruido en el puerto, ni embaraza la playa con su equipaje; no se la ve rodeada de multitud de criados, para cuya alimentación apenas puede bastar la fertilidad de un país. Fácil cosa es saciar pocos vientres, cuando están bien ordenados y sólo piden que se les llene. Satisfacer el hambre cuesta poco, pero cuesta mucho satisfacer la inapetencia. A la pobreza basta calmar la necesidad apremiante. ¿Por qué has de rehusar su compañía, puesto que hasta el rico prudente la imita? Si quieres dedicarte al estudio, necesario es que seas pobre, o al menos que te parezcas al que lo es; porque para estudiar con provecho se necesita la sobriedad, que es pobreza voluntaria. Abandona las excusas que dicen: «No tengo bastante todavía y si puedo reunir tanto, entonces me dedicaré por completo a la filosofía.» Y sin embargo, nada hay que debas adquirir antes que lo que quieres dejar para lo último; por esto debes empezar. «Quiero, dices, reunir antes lo necesario para vivir.» Aprende al mismo tiempo cómo debes reunir. Si algo te impide vivir bien, no te impedirá morir bien. Ni la pobreza ni la escasez deben separarnos de la filosofía, que bien merece que se sufra por ella el hambre que se sufriría en un asedio por no caer en manos de enemigo victorioso, puesto que promete perpetua libertad y exime de todo temor ante los hombres y ante Dios. Y a la verdad, a ella hay que llegar cuando es necesario morir de hambre.