237. Cómo se ha de amar al cuerpo (Séneca)

Mi GYM en casa - Un pódcast de Sergio Catalán

Confieso que es natural en nosotros el amor a nuestro cuerpo; confieso que lo tenemos en tutela; no le niego indulgencia, pero sí niego que le seamos esclavos.Convengo en que se le ha de cuidar, pero a condición de abandonarle al fuego, cuando así lo pidan la razón, la dignidad y la fe. Séneca trata un tema interesante en esta carta. Más aún cuando este proyecto trata sobre entrenamiento y alimentación, dicho de forma llana: cuidar el cuerpo. ¿Cuánto es demasiado? Lógicamente la forma de pensar de hace 2.000 años es diferente, pero si nos valen muchas de sus enseñanzas también reflexionaría sobre este asunto. También trata el tema de la responsabilidad de uno mismo con la salud de su cuerpo. En otro contexto, pero la idea de fondo es aplicable perfectamente. Confieso que es natural en nosotros el amor a nuestro cuerpo; confieso que lo tenemos en tutela; no le niego indulgencia, pero sí niego que le seamos esclavos. A muchos servirá, el que se hace esclavo de su cuerpo y por él teme con exceso y le dedica todos sus cuidados. Obremos, pues, como sabiendo que no debemos vivir para el cuerpo, pero que no podemos vivir sin él. Cuando se le ama demasiado, nos agita el temor, nos agobian los cuidados y estamos expuestos a mil disgustos. El que adora a su cuerpo, no aprecia lo honesto como debe. Convengo en que se le ha de cuidar, pero a condición de abandonarle al fuego, cuando así lo pidan la razón, la dignidad y la fe. Sin embargo, evitemos cuanto podamos no solamente los peligros, sino también las molestias y procuremos ponernos en seguridad por los medios que estimemos más propios para protegernos de las cosas que debemos temer, y que, si no me engaño, son de tres clases: pobreza, enfermedades y opresión de los poderosos; pero esta última es la que más nos mortifica, porque viene acompañada de ruido y tumulto. Las otras dos son males naturales que se deslizan suavemente y que no ofenden ojos ni oídos; pero la opresión vive con aparato, la rodean espadas, hogueras, cadenas y la sigue manada de fieras prontas a desgarrar las entrañas de aquellos que les arrojan. Imagina en este punto una cárcel con cruces, potros, garfios de hierro; un palo que atraviesa por medio el cuerpo y sale por la boca; miembros despedazados por cuatro caballos; una túnica empapada en azufre y todo lo demás que ha inventado la crueldad. No es, pues, extraño que se teman profundamente estas cosas cuyo aparato y variedad son tan terribles; porque así como el verdugo aumenta el horror del suplicio con el numero de los instrumentos que expone a la vista del condenado (de suerte que esta espantosa exhibición abate muchas veces a aquel a quien la paciencia hubiese hecho resistir), así entre las cosas que obran sobre nuestros ánimos, aquellas tienen más fuerza que ostentan mayor aparato y exterioridad. Otros males hay que no son inferiores a éstos, quiero decir, el hambre y la sed, las úlceras interiores y la fiebre que abrasa las entrañas; pero están ocultos y nada ostentan que amenace y aterre; los otros males son como esos grandes ejércitos que vencen con su sola presencia y aparato. Por esta razón debemos abstenernos de toda ofensa. A veces es el pueblo a quien debemos temer; a veces a aquellos que gozan favor en el Senado, si de esta manera está constituido el gobierno; en ocasiones el pueblo concede a particulares la autoridad que han de ejercer sobre el mismo pueblo. Difícil es tener todos éstos por amigos y mucho es ya no tenerles por enemigos. Por esta razón no debe atraerse el sabio el odio de los poderosos, sino que, por el contrario, debe evitarlo como un escollo. Cuando vas a Sicilia tienes que pasar el estrecho.