220. Séneca no era tan diferente de nosotros
Mi GYM en casa - Un pódcast de Sergio Catalán

El título original de esta carta de Séneca es "DEBEMOS ACOSTUMBRARNOS A LA FRUGALIDAD. -DEBEMOS DESPRECIAR A LOS LIBERTINOS". A parte del mensaje que nos hace llegar el propio Séneca, con esta carta quiero hacer ver que él no era tan diferente de nosotros. Me explico. Séneca, a pesar de ser uno de los maestros del estoicismo, pertenecía a la clase alta y tenía sirvientes. No pretendo hacer de esto una crítica, sino hacer ver a Séneca como una figura más cercana a nosotros, que hoy tenemos algunos lujos de los que no podía disponer el mismísimo emperador de Roma. Y con este símil, no ver a estos estoicos antiguos como modelos de vida inalcanzables, sino como ejemplos más cercanos y por tanto, más fáciles de imitar en su forma de vida. Por supuesto, que cada cual elija hasta dónde. En un extremo tenemos a Diógenes, que era más minimalista que tú y vivía en una tinaja y en el otro a Marco Aurelio, el mismísimo emperador. Vamos con la carta de Séneca: He llegado a mi casa de Albano muy avanzada ya la noche, fatigado por el camino, más incómodo que largo. Nada encontré preparado más que mi apetito, por cuya razón me acosté para descansar y esperar con paciencia la tardanza del cocinero y repostero, pensando que nada hay molesto cuando se recibe con moderación, ni nada que nos desagrade si no consentimos en el desagrado. ¿No tiene pan mi repostero? lo tendrán el mayordomo, o el arrendatario, o los colonos. -Pero ese pan es malo, dirás. -Espera y será bueno; el hambre te lo hará encontrar blanco y tierno, con tal que no comas hasta que ella te lo mande. Esperaré, pues y por este medio no comeré hasta que tenga pan bueno o no me disguste el malo. Necesario es acostumbrarse a contentarse con poco. Muchas dificultades de tiempo y lugar impiden a veces a los grandes, por bien provistos que estén, comer a la hora ordinaria. Nadie puede tener lo que desea, pero todo el mundo puede dejar de desear lo que no tiene y recibir alegremente lo que se presenta. Muy ventajoso es tener estómago obediente y acostumbrado al hambre. No podrás comprender cuánto me he alegrado de que mi cansancio haya desaparecido por sí mismo. No busco unciones, ni baños, ni otro remedio que el tiempo. Lo que adquirí en el trabajo desapareció con el descanso. Mi parca cena me ha deleitado más que un festín, porque al fin me he experimentado en una ocasión inesperada y, por tanto, sencilla y verdadera. Cuando nos encontramos preparados y dispuestos a la paciencia, no podemos conocer con certeza hasta dónde llegan nuestra moderación y firmeza. Mejor lo apreciamos cuando se nos sorprende, si no nos hemos irritado, ni siquiera conmovido, al encontrar algo desagradable; si no hemos pasado hasta la cólera y quejas; si hemos suplido a la falta de lo que debían servirnos, no deseándolo o considerando que lo que faltaba a nuestro servicio ordinario no faltaba a nuestro apetito. No se para a pensar en la superfluidad de muchas cosas hasta que faltan. Nos servíamos antes de ellas porque las teníamos, no porque debíamos tenerlas. ¡Cuántas cosas tenemos solamente porque otros las tienen! Una de las causas de nuestros vicios es que vivimos imitando a otros, no dirigiéndonos la razón, sino arrastrándonos la costumbre. Lo que no querríamos hacer si lo hiciesen pocos, lo imitamos cuando lo hacen muchos (como si fuese honesto por ser frecuente), sirviéndonos de razón el error cuando se ha hecho público. No se viaja hoy sin que precedan númidas y correos, porque es cosa torpe no llevar a nadie que separe los transeúntes y levante polvo para anunciar que viene una persona importante.