La loca burbuja económica de los peluches

Historias de la economía - Un pódcast de elEconomista - Lunes

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Conocemos las burbujas económicas desde hace siglos. Las hemos visto de todo tipo. De repercusión local, como la burbuja Poseidón, en Australia; continentales, como la asiática a finales de los 90, o mundiales, como la crisis subprime. De activos tangibles, como las muchas vinculadas a la vivienda o al tren; o intangibles, como la puntocom. La de los cómics, la de los tulipanes... Pero igual ninguna burbuja fue tan aparentemente inexplicable como la de los peluches Beanie Babies.Para entender esta burbuja hay que comenzar por el principio, muy por el principio. Ty Warner nació en 1944, en Chicago. Hijo de un vendedor de juguetes y una pianista, tuvo una infancia complicada. En los años 60 trató de convertirse en actor, para lo que se trasladó a Los Ángeles.La experiencia no le sale bien. Sobrevive con trabajos menores, como aparcacoches, o vendiendo cámaras o enciclopedias a puerta fría. Tras cinco años, decide abandonar la ciudad de las estrellas y volver a Chicago. Allí empieza a trabajar en Dakin, una juguetería, en la que precisamente había trabajado su padre.Se convierte en un gran vendedor. En el mejor de la compañía. Gracias a las comisiones, su salario llegó a superar las seis cifras algunos años. Sus compañeros destacan que tenía una gran intuición para detectar cuáles eran los juguetes que más éxito iban a tener. Pero su aventura acaba mal, porque descubren que está vendiendo productos ajenos a la compañía. Lo despiden de inmediato.Estamos en el año 1980, y con los ahorros acumulados decide irse a Italia a ver a unos amigos. Le gusta tanto que acaba quedándose allí 3 años, viviendo la vida. Y allí descubre un gato de peluche que no había visto nunca antes.Con esa idea en la cabeza, vuelve a Chicago. Y en 1986, con sus ahorros, la herencia que le deja su padre y una hipoteca sobre su casa, monta su propia empresa de juguetes, Ty Inc. Y su primer producto, no podía ser de otra forma, es un gato de peluche, que se fabricaba en Corea. Pero para el relleno, en lugar de utilizar la tradicional espuma o algodón, apuesta por bolitas de PVC. Además, les ponía menos relleno del habitual, que podía dar imagen pobre. Hay quien decía que parecía que les había atropellado. Pero en realidad esa fórmula facilitaba que los peluches se quedasen apoyados, lo que aumentaba su realismo.El resultado fue un éxito. Y en la feria del juguete de Atlanta alquila una mesa, y en tan solo una hora generó ventas por valor de 30.000 dólares. Sabía que tenía un buen producto entre manos.La empresa va bien. Y en 1993 lanza un nuevo producto, los Beanie Babies, que son versiones del tamaño de la palma de una mano de sus peluches originales. Los vende por 5 dólares, un precio que por entonces se consideraba que solo podía ser para juguetes de mala calidad, basura, por lo que el impacto es aún mayor.Los presenta en la Feria Mundial del Juguete, en Nueva York. En un primer momento las ventas no arrancan, y hasta hay cadenas que se niegan a venderlos. Pero gracias al boca a boca, su popularidad va creciendo. En Chicago se convierten en todo un fenómeno, que supera incluso a productos de moda como los relacionados con las Tortugas Ninja.Otro aspecto que ayuda a consolidar su éxito son las etiquetas. Estos pequeños peluches contaban con dos etiquetas, una en forma de corazón, y otra de tela en la parte inferior. La etiqueta colgante tenía un espacio con un "para" y un "de", lo que las hacían perfectas para regalos. A partir de 1996, esas etiquetas incluso incluyen pequeños poemas.Cuando el éxito se consolida, y ya no solo es local, sino que alcanza a todo Estados Unidos y a parte del extranjero, Warner cambia de estrategia. Porque su objetivo no era conquistar a los niños, sino ganar dinero, hacerse rico. Así, comienza a limitar deliberadamente la producción de estos peluches. Y no solo eso, sino que además no le ofrecía la colección...