Carta de Sarah Bernhardt a uno de sus amantes

Epistolar - Un pódcast de Antología de lo íntimo - Miercoles

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Pensá en alguien muy famoso. De ahora o de antes. No sé. Beyoncé, Lady Gaga, Madonna, Marilin Monroe… Quien sea. Mucho antes que ellas, hubo una artista que marcó el camino para que exista eso que luego llamamos celebridad. Ella fue la actriz francesa Sarah Bernhardt. En su época, finales del siglo XIX y comienzos del XX, fue una estrella global cuando no existía tal cosa y cuando el cine aún no se había inventado. La llamaban “La divina”. Protagonizó muchas de las obras teatrales francesas más clásicas y las más populares. Llenó salas. Hizo giras por toda Europa, Reino Unido, Estados Unidos y hasta la lejana América Latina. Además de su talento como actriz, era una adelantada en las técnicas para promover su imagen y marca personal. Por ejemplo, dormía en un ataúd y lo llevaba a todos lados con ella. Fue también un ícono de la moda y una mujer liberada. Pensá un poco en esa época y en lo valiente que fue. Ella actuaba vestida de hombre, tenía múltiples amantes, algunos de ellos insignes, como un príncipe belga, con el que tuvo un hijo. En esta carta, Sarah le escribe a uno de sus amantes con palabras cargadas de intimidad y de erotismo. Acá habla la vedette francesa más famosa de todos los tiempos. Acá una mujer vanguardista. Lee la actriz y directora Victoria Angeli. Febrero de 1873 No estoy bien, Jean, amigo mío, pero nada bien. No me atrevo a llevarte este pequeño ser enfermo. Por tanto, te mando solamente mi corazón, mi alma, mis besos de amor, de ternura. Debes saber, mi dulce señor, que pienso en ti sin cesar, que no sueño más que contigo, que mi solo y único deseo es pertencerte sin nada que pueda hacerte fruncir el ceño. ¿Ser tu amante, tu ser, pertenecerte? ¿Sabes que todo aquello que evoca tu recuerdo me hace estremecer mi corazón? ¿Sabes que te amo ardientemente con todas las fuerzas de mi alma, con todos los lamentos y las lágrimas de mi triste pasado? Me gustaría retomar mi vida, mis besos, todas esas sensaciones idiotas; desearía que mi espíritu fuese tan virgen como era mi corazón cuando me enamoré de ti. En definitiva, debes saber que te amo, esa es la verdad, tan grande como el amor. Mis labios desean buenas noches a los tuyos y luego, ¡escucha lo que dicen todavía esos parlanchines! Sarah Bernhardt