Carta de Elena Itatí Risso (Lucía Cardoso)

Epistolar - Un pódcast de Antología de lo íntimo - Miercoles

Categorías:

Las cartas desde el encierro podrían ser todo un subgénero dentro del epistolar. La protagonista de esta se llama Elena Itatí Risso. Ella vivió diez años como monja, dos de ellos en clausura total en un convento de Córdoba. A inicios de los 70, descubrió la Teología de la Liberación y se fue a trabajar a un barrio pobre en las afueras de Rosario. Fue detenida en esa ciudad en febrero de 1976, a sólo un mes del golpe militar. Y liberada un año después. Esta carta cuenta esos meses duros, sí. Pero también habla de necesidad de encontrar resquicios de vida pese al horror. El texto forma parte de la muestra “Cartas de la dictadura”, que se realizó en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires. Lee la actriz Lucía Cardoso. ****** Era martes y los martes teníamos un manjar: huesos de caracú hervidos y pasados por el horno. Era lo más parecido a un asadito, pero lleno de grasa. Igual nos parecía una delicia. Luego venía el trabajo artesanal: hervirlos hasta eliminar el último vestigio de materia orgánica y dividirnos el botín entre todas, a todas nos correspondía un trocito de hueso. Cuando tuve en mis manos el primer huesito listo para trabajar, pensé en mi mamá. Era la primer destinataria, la primera joya sería para ella. Y comienzo la tarea, con las peligrosas armas de que disponíamos: una vigésima parte de una gillete y la mitad de una horquilla de cabello. Y con ese invisible, dale que dale cada día, dando forma, puliendo en el piso o en el banco del calabozo, una y otra vez. Teníamos tanto tiempo... todo el tiempo... días, meses... Cuando estuvo la forma que me pareció adecuada, había que pensar qué motivo le iba a dibujar. Y sólo pensé en la M de María, su nombre, y también de Mamá. Con el centímetro de hojita de afeitar empecé a limar y tallar esa pieza que sería la joya encargada de transportar mi amor, mi nostalgia y mi gratitud, por su comprensión, por el apoyo incondicional, por estar siempre ahí donde yo estuviese. Sin reclamos, sin reproches. Sólo estando allí, con todo su corazón. Luego, con el trocito de horquilla, hacer el agujerito para pasar el cordel o cadenita. Después el teñido, con el poquito de té que nos sobraba, y con restos de tabaco usado, cocinando para dar tono. Los toques finales dando el sombreado a la letra y listo el colgante. Allá iría, mensajero de mi abrazo, de mis lágrimas y de nuestro dolor. Elena Itatí Risso.