Episodio 18.- Hablamos de la Luna
El planeta de pascua - Un pódcast de rpascua

La luna es poesía. Y lo es desde el comienzo de la humanidad. Salvo la luna, o los cometas cuando están de paso, todos los objetos celestes están tan lejos que son apenas puntos de luz en el cielo. Nuestro satélite es más que eso. La combinación entre su tamaño y la distancia que nos separa nos permite ver algo más que un punto: nos permite distinguir detalles al ojo desnudo en su disco gris: zonas oscuras o maria (los antiguos astrónomos pensaban que eran mares); zonas claras o terrae (antaño, supuestos continentes). Tan sólo nuestro Sol, que con su brillo nos permite verla, llega a aparecer a nuestros ojos con un tamaño similar. Pero esto es casualidad, puesto que la luna no siempre estuvo a esta distancia y, hace mucho tiempo, tapaba del todo al Sol durante los eclipses. Dentro de algún tiempo, no será capaz de hacerlo, porque las mareas de la Tierra la alejan de nosotros lentamente. Es ese suspiro temporal aquel en el que vivimos actualmente. Nuestra generación es la primera desde el origen de la humanidad en poder establecer hipótesis válidas acerca del origen de la luna. Pero nunca podremos saber cuánto peso tuvo nuestro satélite en el amanecer del ser humano. Porque una cosa es segura: si hubo algo en los cielos antiguos capaz de despertar curiosidad en aquellos homínidos (ahora, homininos: cosas del lenguaje) que después gobernarían el planeta eso fue, sin duda, la luna. No sólo por su capacidad de dar luz en la noche; o su posición cambiante respecto a las estrellas fijas. No sólo por sus cambios de tamaño o su poder para elevar las aguas. No sólo por esas regularidades periódicas capaces de ser descubiertas por una mente medianamente inteligente. También por su poesía. Los primeros homíninos surgieron hace alrededor de 7 millones de años. Los fósiles descubiertos nos relatan ese pasado del ser humano. La luna ya estaba ahí. Estaba también hace 3.800 millones de años, cuando los primeros signos de vida aparecieron en nuestro planeta. Y es que, probablemente, la luna nos acompaña desde casi la formación de nuestro planeta: unos 40 millones de años después de la formación de éste. ¿Qué es eso a escala astronómica? ¿Qué es eso frente a los 4.500 millones de años que se le suponen a nuestro planeta? Apenas un parpadeo. Y si decimos que la luna nos acompaña desde unos 40 millones de años después del nacimiento de nuestro planeta, no estamos haciendo un ejercicio de imaginación, sino que estamos dando por bueno uno de los datos que se deduce de la teoría más exitosa a la hora de establecer cómo surgió la luna. Este tema no es sencillo, porque la Tierra y la luna forman una pareja muy extraña debido a la relación entre el tamaño de ambos, única en el sistema solar. Si observamos el resto de satélites de los planetas que rodean el Sol, únicamente cuatro son mayores en tamaño que la luna. Hablo de Ío, Ganímedes, Calixto y Titán. Pero estos satélites orbitan planetas gigantes: la masa de la luna es un 1,2% de la masa de la Tierra; es decir, que la luna es enorme en relación con la Tierra. Suele decirse por esto mismo que el sistema Tierra-Luna es un planeta doble. En esto sólo nos ganarían Plutón y Caronte, pero Plutón no es planeta desde 2006, así que no juega en la misma liga. Llegados a este punto es casi forzoso establecer la hipótesis de cómo nació la luna. Para ello hay que viajar en el tiempo y en el espacio. En el tiempo, al año 1975, más concretamente a marzo de ese año; y en el espacio, a Houston, lugar donde se celebra cada mes de marzo una conferencia de ciencia lunar y planetaria. El caso es que ese año, Donald Davis y William Hartmann, sorprendieron a todos los asistentes a la conferencia con una teoría espectacular acerca de la formación de la luna. Para ellos, nuestro satélite era el resultado de la colisión de un gran planetesimal contra una Tierra recién formada. Esta teoría no caló mucho entre los científicos en aquel entonces y transcurrieron 10 años en los que la comunidad científica estuvo meditando el asunto sin prisas. La hipótesis de Donald y William indicaba que el choque no habría sido en la dirección del centro de masas, sino un choque lateral. Tamaña colisión vaporizó y lanzó al espacio una gran cantidad de material. ¿Cuánto? Pues debido al tamaño que posteriormente consiguió tener la luna, seguramente hablamos de aproximadamente el doble de la masa lunar actual. Esta cantidad de material sería en su mayor parte procedente del manto del propio impactor y el resto sería material terrestre: el núcleo del planetesimal se habría fundido con el de la Tierra. Huelga decir que este choque no acabó con nuestro planeta en mil pedazos de milagro. Pero, estamos aquí para contarlo, ¿verdad? En cuanto al material que salió despedido, no fue capaz de abandonar el campo gravitatorio terrestre, sino que formó un disco alrededor de nuestro planeta. Ese material fue formando una masa cada vez mayor por acreción gravitacional hasta formar la Luna y dejar limpia la zona. Esto, aunque pueda parecer que es un proceso lento, no lo es en absoluto y bastó únicamente un año para tener la luna formada. Esta agrupación de material es muy sencilla de simular con las computadoras de hoy en día, por lo que existe bastante consenso en cuanto al tiempo en que tardó en formarse nuestro satélite. Por cierto, la distancia a la que se formó la luna no tiene nada que ver con la distancia actual del satélite, que se está alejando de nosotros desde su formación, por las mareas, tal cual adelanté con anterioridad. Nació a unos cuatro radios terrestres y en unos pocos cientos de millones de años se situaba ya a unos 30 radios terrestres. Hoy en día se encuentra a unos 60 radios terrestres y continúa alejándose. Desde 1984, la hipótesis del Gran Impacto no ha hecho sigo ganar terreno y crecer en seguidores. Los modelos por ordenador indican que la velocidad del choque fue relativamente lenta, entre 11 y 15 km/s, aproximadamente la velocidad de escape de nuestro planeta. Esto no es sorprendente, puesto que al impactor se le supone que compartía órbita con nuestro planeta y probablemente se dio una colisión por alcance y no un choque frontal. En cuanto a la masa del impactor no está nada clara, pero la hipótesis arroja entre 0,1 y 0,5 masas terrestres. Y, con respecto al “cuándo”, las medidas radiométricas arrojan resultados algo dispares, pero el momento con más probabilidades nos sitúa unos 40 millones de años tras la formación de la Tierra. Ese fue, con mucha probabilidad, el momento en el que casi desaparece la Tierra y se formó nuestro satélite. Una luna que, casi con seguridad, ha jugado un papel fundamental en la evolución de la vida en la Tierra. Porque, sin ella, seguramente la influencia gravitacional de Júpiter habría provocado en la Tierra una oblicuidad caótica prácticamente incompatible con la vida, al menos con la vida superior. Esa vida con capacidad para admirarla y hacer, con ella y de ella, poesía.