Talleyrand: ¿un enigma moral?. Xavier Roca-Ferrer

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Ciclos de conferencias: Talleyrand: ¿un enigma moral?. Xavier Roca-Ferrer. A pesar del papel importantísimo que representó en la política francesa y europea de 1789 hasta su muerte, ocurrida en 1838, la figura de Talleyrand es poco conocida en España, a pesar de que parte de la familia real española permaneció "cautiva" durante sus seis años de exilio en Francia en su fabuloso castillo de Valençay, quizá porque su fama ha quedado en parte oscurecida por la obrita de Zweig sobre su rival Fouché, personaje infinitamente menos interesante que el exobispo de Autun y príncipe de Talleyrand-Périgord. Personalidad fascinante, con una formación eclesiástica que lo situó en la cima de la Iglesia de Francia, a la que no dudó en expropiar en la Constituyente, tras la Revolución y su exilio en Inglaterra y los Estados Unidos, Charles-Maurice no tardó en secularizarse y ponerse "al servicio de las circunstancias". A través de Barras, logró trabar amistad con un general prometedor, Napoleón Bonaparte, en el que creyó ver el ejecutor de sus propias ideas para hacer de Francia una potencia sólida y moderna, en el marco de una Europa en paz. Y, también, con el decidido deseo de hacerse rico él por el camino. En calidad de ministro de asuntos exteriores, fue el "tutor" y principal consejero del Gran Corso hasta el año 1807. Pero su discípulo, ya emperador, empezó a dejarse llevar por su propia inercia con la obsesión de dotar a Francia de una dinastía napoleónica. Talleyrand, que se dio cuenta de que su amo se estaba buscando su propia ruina, le pide moderación, pero su alumno se niega a hacerle caso. Se opone sin éxito a las invasiones de España y Rusia y no duda en conspirar con Austria y sus aliados para acelerar el desenlace. El final estaba servido (Leipzig y luego Waterloo) y fue también Talleyrand quien se encargó de gestionar la derrota del "Águila" y de devolver, muy a su pesar, a los Borbones al trono de Francia en la figura de Luis XVIII. También se mostró brillante en el Congreso de Viena, del que Francia salió mucho mejor parada de lo que cabía esperar. Pero la obra no estaba acabada y volvió a ser protagonista de lo ocurrido tras la Revolución de julio de 1830, apuntándose decididamente a Luis-Felipe de Orléans, que le nombró embajador en Londres para resolver el problema de Bélgica. El exobispo de Autun, cuya ingente fortuna personal sabía muy ligada a los destinos de Francia, puso todo su ingenio y falta de escrúpulos (¡Él mismo reconocía haber roto 13 juramentos!) para que el cambio continuo de circunstancias políticas y alianzas que se sucedió, ocurrido siempre al margen de su voluntad, no redundara en su propio perjuicio ni en el de su país. La historiografía "de derechas" del siglo XIX (Chateaubriand, de Maistre o Taine, por ejemplo) fue muy dura con él acusándole de sacrílego, traidor, oportunista e inmoral en su vida privada. Tampoco despertó ninguna simpatía entre la izquierda, que lo acusaba de aristócrata y agiotista. Nadie quería reconocerle los grandes aciertos que, gracias a sus ágiles reconversiones, perspicacia y sensibilidad psicológica fueron "salvando" a los franceses de los incontables disparates que se empeñaban en llevar a cabo. Tampoco nadie antes de él había contemplado Europa (o la parte más civilizada de ella) como una entidad con intereses comunes que estaba condenada a entenderse. Además, fue el primero en darse cuenta de que la irrupción del pueblo en la historia mundial la iba a cambiar de arriba abajo, y en definir principios que hoy nos parecen obvios como la soberanía del pueblo, la legitimidad, la no intervención y la neutralidad. Todo ello ha determinado que, con todos sus claroscuros, la historiografía contemporánea haya modificado no poco la valoración del personaje. La exposición detallada de lo más sustancial de lo relatado constituirá el contenido de la conferencia programada. Explore en canal.march.es el archivo completo de Conferencias en la Fundación Juan March: casi 3.000 conferencias, disponibles en audio, impartidas desde 1975.