Nebrija: vida personal y familiar. Álex Grijelmo

Conferencias - Un pódcast de Fundación Juan March

Ciclos de conferencias: Antonio de Nebrija: su vida, su obra, su tiempo (II). Nebrija: vida personal y familiar. Álex Grijelmo. Lo que sabemos de Nebrija nos permite verlo como un hombre orgulloso, altivo, socarrón, combativo, jactancioso, con un punto de vanidad apoyada en los hechos pero a veces desproporcionada (exageró algunos datos de su currículo), de fe religiosa pero crítico con la ignorancia instalada en la Iglesia y, sobre todo, contra la Inquisición. Ese espíritu religioso arraigado en su infancia y su juventud le llevó a emprender la carrera sacerdotal, que abandonó, como él mismo confesó, por causa de su “incontinencia”. Acabó teniendo nueve hijos con su esposa, Isabel de Solís (o Isabel Montesina, los biógrafos dudan al respecto). El gramático se llamaba en realidad Antonio Martínez de Cala. Nació en 1444 en una familia de clase media, y murió a los 78 años. En sus primeros cursos de estudiante en Salamanca él mismo se añadió por delante el nombre Elio, al sentirse heredero (por su propia y arbitraria voluntad) de los caballeros romanos llamados Elio que se casaron con andaluzas y de los emperadores procedentes de la provincia Bética (Elio Adriano, Elio Trajano), cuyos nombres habría visto de niño en lápidas y mármoles exhumados en sus campos. El amor por su localidad sevillana natal y las costumbres de la época le inclinaron a añadir “de Lebrija” a su nombre de pila (escrito entonces Lebrixa; pero en latín, Nebrissa y también Nabrissa). Así que él se autodenominó Elio Antonio de Lebrixa (Aelius Antonius Nebrisenssis en la lengua de Roma, tenida entonces como signo de modernidad y cultura). Sin embargo, el topónimo castellano y el exónimo latino acabarían mezclándose mucho tiempo después. Y en esa pugna acabó ganando el nombre “Nebrija”, sobre todo, desde mediados de la pasada centuria. Una fase crucial de su biografía se desarrolla en Bolonia, adonde acudió a los 19 años con una beca eclesiástica para estudiar Teología en el notabilísimo Colegio de España. Su éxito en vida desató envidias que a su vez le procuraron enemigos notorios, como el italiano Lucius Marineus, profesor en Salamanca, o su excompañero en las aulas Diego de Deza, más tarde, el inquisidor que procedió contra él. Pero también sostuvo alianzas inquebrantables, como con el cardenal Cisneros y el impresor Arnao Guillén de Brocar, de origen francés y establecido en Logroño. Con ambos tuvo discrepancias y enfados, que no acabaron con la amistad y el respeto mutuos. Aún persigue a Nebrija, tantos años después, una frase incluida en el prólogo de su gramática castellana, presentada ante Isabel la Católica en agosto de 1492: “Siempre fue la lengua compañera del imperio”. Todavía hoy se usa para retratar el supuesto nacionalismo lingüístico del castellano como el idioma genéticamente imperial llevado a América, aniquilador de otras culturas. Pero Nebrija no se refería ahí a la lengua castellana, ni muchos menos a América, sino al latín y a Roma. España no era entonces imperio alguno, ni Colón había dado en llegar al Nuevo Mundo. Él está pensando más bien en los imperios del conocimiento como el de Alejandro o el de Augusto, porque con el imperio viene la paz, “creadora de todas las buenas artes”. De hecho, y según ha escrito Francisco Rico, Nebrija tenía muy presente que con el imperio de Alejandro había surgido “una muchedumbre de poetas, oradores y filósofos”. Explore en canal.march.es el archivo completo de Conferencias en la Fundación Juan March: casi 3.000 conferencias, disponibles en audio, impartidas desde 1975.