El pacto, señal de continuidad del pueblo judío

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El pacto de Abraham, o “Berit Milá” en hebreo, establece que todo varón judío debe ser circuncidado. Un ritual que constituye una manera de expresar como el judaísmo sigue vivo, porque para la comunidad judía, cada nacimiento de un niño representa la esperanza para perpetuar sus creencias y tradiciones. A través de la circuncisión se replica una de las prácticas más antiguas del ciclo de vida de un judío; desde hace aproximadamente 3800 años, el patriarca Abraham de 100 años de edad y todo varón de su casa, cortaron su prepucio en obediencia a la exigencia que el Creador le hiciere, para constituir un pacto de diferenciación, protección y bendición para él y toda su descendencia. Es así que, por tradición, fe y obediencia, a todo varón judío en la mañana del octavo día de su nacimiento le será cortado la parte del prepucio que sobresale del glande de su pene; en una ceremonia que estará a cargo de un “mohel”, un judío especialista encargado de realizar el corte o la incisión. De acuerdo a la creencia, todo judío se incluye al pueblo mediante la circuncisión llevando en su carne el compromiso de la alianza de Dios con el “pueblo elegido”. Esta señal corporal, ha identificado a los judíos en diferentes momentos de la historia, como cuando fue usada en su contra, en tiempos del Holocausto; la forma como los alemanes identificaban a los judíos para arrestarlos y atacarlos era obligándolos a “bajar sus pantalones”. Para la comunidad, si por alguna razón un judío no llegase a estar circuncidado, a su muerte no será enterrado en un cementerio judío. “Berit Milá”, es entonces mucho más que un símbolo de la identidad judía, es incluso más que una norma por cumplir; corresponde a un sello carnal y espiritual que abre la puerta para pertenecer al pueblo judío, recibir nombre y ser llamado un “hijo del pacto”.